domingo, 12 de octubre de 2014

CONOZCO MI CEREBRO

 

Puedo comenzar este escrito preguntándome cuál es el objetivo del docente y cuál el del alumno durante el curso, pero eso llevaría demasiado tiempo y espacio, así que voy a dar por hecho que ambos tienen el mismo fin: explorar, divertirse y aprender. Aunque los objetivos no fuesen los mismos, lo que está claro es que el maestro necesita del alumno y el alumno necesita del maestro para llevar a cabo su cometido. Y para cumplir cualquier propósito, se necesitan cuatro ingredientes, toma de conciencia de la realidad, información, herramientas y constancia.

Existe un elemento cuyo análisis nos dotará de lo necesario para obtener los puntos anteriormente citados, y éste es EL CEREBRO HUMANO y todo lo que de él deriva. Para hablar de esta maravillosa y enigmática parte de nuestro cuerpo, primero debemos saber quiénes somos y de dónde venimos.

 El cerebro de nuestro pariente más cercano, el Homo Sapiens no distaba demasiado de nuestro cerebro actual. Hace miles de años comenzó a forjarse lo que hoy llamamos sistema o cerebro instintivo o reptiliano, integrado por neuronas cuya carga de aprendizaje es inamovible, el banco de memoria instintivo se transmite de generación en generación ya que supone una garantía de supervivencia para el ser humano, nos ahorra tener que volver a aprender a través de la experiencia propia, sobre los peligros que nos rodean.
 
 
Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué era esencial para la vida hace 100.000 años? Sin duda la SUPERVIVENCIA; pero hay conductas esenciales que el homo sapiens igualó a la supervivencia, entre ellas las siguientes:

1.    Instinto de pertenencia. La necesidad de unirse en clanes para poder luchar contra grandes enemigos y poder obtener alimentos hizo que el sentimiento de grupo se asimilara al de supervivencia. ¿Acaso no necesita el alumno saber que forma parte de la clase y que es importante para sus compañeros y profesor, para sentirse miembro del grupo? ¿y no asimila el docente el respeto que los asistentes a clase le tengan con el hecho de ser tenido cuenta y escuchado? Tanto en un caso como en otro hablamos de lo mismo, pertenencia.

 

2.    Instinto de territorialidad. ¿Cómo sino sobrevivir en un ambiente hostil donde encontrar lugares adecuados para el hospedaje era realmente difícil? Instinto de territorialidad que 100.000 años después hemos trasladado a todo lo que consideramos que es nuestro o que debe serlo: juguetes, lapiceros, ideas, espacio, amigos…

 

3.    Instinto de curiosidad. ¿se os ocurre alguna forma de avanzar en cualquier aspecto si no nos moviese la curiosidad? Gracias a este instinto disfrutamos y sufrimos los adelantos conseguidos durante millones de años.

 

4.    Instinto de defensa. Ya sea mediante el ataque defensivo, el ataque ofensivo, la huida, la sumisión o la inhibición de la acción.

No olvidemos que al decir instintos,  me refiero a aprendizaje almacenado en nuestro banco de memoria genético cuyas neuronas son inalterables, es decir, que no aprenden.

Aunque tomemos partes del cerebro para su mejor análisis y entendimiento, jamás debemos olvidar que todo el cerebro funciona en conjunto, y es por ello que hablaremos de sistemas. Ya hemos hablado del sistema instintivo ( 5% de la capacidad cerebral). Siguiendo el esquema del cerebro triuno de Paul Mc Lean, el siguiente sería el emocional (15% de la capacidad cerebral), y por último el sistema cognitivo ( 80% de la capacidad cerebral).
 
 




SINAPSIS






Nuestro cerebro emocional, o sistema límbico, desempeña un papel muy importante en los aspectos emocionales de la conducta, tal y como  James Papez expuso en 1937; sin embargo, no debemos olvidar, que también en el circuito de recompensa, en la atención, la motivación, la memoria, y por tanto, el aprendizaje, el sistema emocional juega un papel fundamental.

Y finalmente el sistema cognitivo, y en concreto los lóbulos prefrontales, los que están capacitados para poder “educar” y contener a todas las reacciones instintivas y emocionales derivadas de nuestra especie. Sin un buen funcionamiento del sistema cognitivo, los sistemas instintivo y emocional se harían dueños de nuestros pensamientos, emociones y conductas. El sistema cognitivo está conectado tanto con el sistema emocional como con el instintivo, en sentidos de ida y vuelta. Gracias a este sistema, podemos cambiar nuestro actuar, pasando de la mera SUPERVIVENCIA para decantarnos por la TRASCENDENCIA, hecho que nos ayudará a vivir en armonía con nosotros y con nuestro entorno.

Por lo tanto, aceptemos nuestra condición humana, y tomemos conciencia de ella, ya que sólo de esta manera podremos usar adecuadamente las herramientas de las que disponemos para conseguir de forma sana los objetivos que nos marquemos.

El cerebro tiene además sus propias células, llamadas neuronas ( también existen las células gliales) que son las encargadas de llevar a cabo todo el cometido de los sistemas cerebrales, ¿cómo? Mediante conexiones, llamadas sinapsis, que pueden ser eléctricas y químicas, en cuyo caso entran los neurotransmisores, las hormonas, tan fundamentales en todos los procesos del cuerpo humano, y responsables también de los distintos estados anímicos.
 

Cuanto más se trabaje un tema, mayor será la red neuronal que se forme, y más posibilidades habrá de un buen y duradero aprendizaje; muy sintetizado esto es lo que se llamaría la PLP, potenciación a largo plazo. A la inversa ocurre lo mismo, si dejamos de trabajar sobre una materia o aspecto, la red neuronal se irá desuniendo, y por tanto el aprendizaje se olvidará, es el llamado la DLP, depresión a largo plazo. Todos estos procesos integran lo que llamamos NEUROPLASTICIDAD, gracias a la cual podemos adaptarnos a las nuevas situaciones que la vida nos presente, mejorando los aspectos que necesitemos y desechando aquellos que nos perjudiquen.

 

 

Macarena Soto Rueda

Experta en Neurosicoeducación/Neurosicoeducadora en el aula/Educadora en Disciplina Positiva
















































































































































































































 



         




 
 
 
 


 

                                         

                                                    

                                             

                             

                      

                                   

 

jueves, 13 de febrero de 2014

LA ADOLESCENCIA. ¿POR QUÉ LOS CAMBIOS?


Cuando nuestros pequeños dejan de ser tan pequeños nos encontramos con verdaderos conflictos emocionales dentro de casa. Las discusiones aumentan, las caras largas parecen quedar esculpidas durante días en sus rostros, las luchas de poder entran en un bucle que parece no tener salida, y la sensación de impotencia, tanto del adolescente como del padre o madre va en crescendo.

¿De qué edad estamos hablando? Los límites son flexibles, podemos decir que nos movemos entre los 10-12 años, lo que podríamos llamar pubertad o adolescencia temprana, y la edad adulta, más allá de los 20 años.

Recientes investigaciones han demostrado que durante la adolescencia, el cerebro, que tarda más de 20 años en conseguir su madurez, el cerebro experimenta un súbito desarrollo eléctrico y fisiológico. El número de células cerebrales pueden casi llegar a duplicarse en el curso de un año, en tanto las redes neuronales se reorganizan radicalmente, con las repercusiones consiguientes sobre la capacidad emocional, física y mental.” (UNICEF, “ La adolescencia temprana y tardía” ) Este  hecho explica, en parte, los conflictos con los que nos encontramos en esta etapa vital.

Las últimas investigaciones apuntan, tal y como hace la Disciplina Positiva, a la gran oportunidad que nos brindan los conflictos con los adolescentes para ayudarlos a conseguir herramientas personales útiles para la convivencia.

Para los adolescentes, esta etapa es un proceso de identificación y reafirmación como persona. Se pasa de la dependencia infantil a la búsqueda de la  autonomía; llega la madurez sexual y existe un deseo de pertenencia a la sociedad. Durante este período, los jóvenes viven conflictos internos, ya que deben integrar su etapa y aprendizaje infantil con todos los estímulos externos que están recibiendo. Todo esto puede generar momentos de ansiedad, que tratados adecuadamente, con respeto, firmeza y amabilidad, no tendrán más trascendencia que una parte más del proceso evolutivo.

El sentimiento de pertenencia tan importante para la Disciplina Positiva, ahora se ve dividido en el adolescente, ya que no sólo es importante saber que pertenece a su familia, también es importante saber que se le tiene en cuenta en sus círculos sociales.

Por otra parte, para los padres, es la etapa en que somos más conscientes de que nuestros hijos no nos pertenecen (esta lección debiéramos aprenderla en el mismo momento de la gestación), de que ya no nos necesitan tanto, que nuestra autoridad sobre ellos ya no es tan efectiva, y que, poco a poco, dejamos de ser en sus vidas, el gran eje sobre el que todo gira.

Esta búsqueda de identidad e independencia (adolescentes), por un lado, y ese miedo a “perder” algo tan preciado (padres respecto a hijos), por otro, nos hace entrar en una lucha de poder que está condenada, sin duda, a la incomprensión y al distanciamiento por ambas partes.

¿Cómo podemos actuar los padres y educadores? Aquí van unas pequeñas pautas:

ü  Con serenidad, respetando el proceso de individualización de nuestro hijo.

ü  Recordando que aunque los amigos pasan a ser una parte muy importante en la vida del adolescente, “los padres seguimos siendo la principal fuente de seguridad para nuestros hijos”. ( FAROS, Sant Joan de Déu)

ü  Evitando luchas de poder que no ayudan ni a la conexión ni al enfoque en soluciones.

ü  Siendo firme y amable con los límites, tanto en su adopción como en su cumplimiento. Dónde están los límites es algo que debe estar claro para los jóvenes.

ü  Oír sin juzgar, favoreciendo de este modo la comunicación.

ü  Ser conscientes de que en este período habrá conflictos que son la herramienta que tenemos para que nuestros hijos aprendan habilidades comunicativas así como intra e interpersonales.

ü  Repetirnos eso que tanto hemos dicho a nuestros hijos: El amor compartido no es amor perdido.

Que nuestros hijos quieran compartir sus vidas con más personas no significa que dejen de querernos; al contrario, si los respetamos en su proceso de crecimiento, adquiriremos un valor en sus vidas que  traspasará a la etapa adulta.
 
 
 
Macarena Soto Rueda
Experta en Neurosicoeducación/ Neurosicadora en el aula/ Educadora en Disciplina Positiva/ Lic. Derecho

 

lunes, 3 de febrero de 2014

CREENCIA ERRÓNEA DE INCAPACIDAD II


Cuando no nos sentimos importantes ni tenidos en cuenta por nuestros círculos más cercanos, buscamos vías para cubrir esa necesidad que todos tenemos, como seres sociales que somos.

La Disciplina Positiva denomina a estos caminos de búsqueda de pertenencia, creencias erróneas, y una de ellas es la creencia errónea de incapacidad.

Mediante este convencimiento, el pequeño se siente realmente incapaz de realizar determinadas acciones; este convencimiento es tan grande, que tal y como indica Jane Nelsen, al infante “le parece imposible que lo puedan tener en cuenta”, de ahí que su intención sea la de “convencer a los demás para que no esperen nada de él”. Y es esta última frase la que deja abierta un mundo entero de comportamientos en el niño, que muchas veces el adulto interpreta de manera equivocada.

En primer lugar habría que dejar clara la distinción entre:

·        Lo que un niño puede hacer y lo que no, en función de sus capacidades reales, madurez y etapa evolutiva.

·        Lo que un niño piensa que puede hacer y lo que piensa que no puede hacer, independientemente de las capacidades que tenga.

·        Lo que un adulto piensa que el pequeño puede realizar y lo que piensa que no puede realizar

Si analizamos situaciones diarias, veremos cómo son muchas las ocasiones en que ninguna de las premisas anteriores coinciden, de forma que lo que el niño considera que puede ejecutar, el adulto considera  que no puede llevarlo a cabo y viceversa.

Que un niño esté capacitado para realizar una determinada acción, y que el adulto sea consciente de que tiene las herramientas personales y externas para poder llevarlas a cabo, no significa que el pequeño sepa que realmente puede asumir esa responsabilidad, ya que está en una creencia errónea de incapacidad, lo que equivale a decir que no espera nada de sí mismo porque el autoconcepto que tiene de él es de inútil.

Un ejemplo claro de esta situación lo podemos observar a la hora de realizar los deberes del colegio. Imaginemos una tarde en la que vuestro hijo o hija está haciendo tareas escolares, supuestamente sencillas para su edad.

Hijo: Mamá no sé cómo hacer estos deberes (Pensamiento: soy incapaz de hacer estos ejercicios)

Madre: ¿Cómo qué no? Pero si son muy sencillos, sé que tú sabes hacerlos perfectamente (Pensamiento: son ejercicios muy fáciles, ¿cómo no va a saber hacerlos?)

Hijo: Que no, ¡que son muy difíciles!, ¡qué no me salen! ¡ no quiero hacerlos! ( Pensamiento: ¡no puedo hacer esto, no sé!)

Madre: ¡Ya estamos otra vez igual, como cada tarde! ¡Ponte ahora mismo a terminar los ejercicios! ¡ sabes hacerlos perfectamente!, ¡ya está bien de tomarme el pelo!, ¡no puedo estar todo el día pendiente de ti! ¡ tienes que ir asumiendo tus propias responsabilidades! ( Pensamiento: Este niño no va a madurar nunca, está continuamente llamando mi atención, quiere que yo le haga todo su trabajo)

Hijo: ¡Que no sé! ¡ que me ayudes o no los hago! ¡ pues me da igual, no los hago! ( Pensamiento: me da todo igual, aunque suspenda, ¡no puedo hacerlo! ¡ no sé hacerlos! ¡ y mi madre pasa de mí!)

¿Os resulta familiar?  Lo que el adulto considera que puede llevar a cabo el niño, se aleja mucho de lo que realmente el niño piensa de sí mismo. Aunque a nivel cognitivo el desarrollo sea el adecuado para realizar determinadas tareas, si el autoconcepto que tiene el pequeño de sí mismo es de incapacidad, difícilmente podrá llevar a cabo algunas acciones, por mucho que nos empeñemos.

Llegados a este punto de la conversación, lo más fácil es entrar en una lucha de poder, con castigo y amenazas incluidos. Debemos ser conscientes, además, que a nivel emocional, tanto el infante como el padre o cuidador, están desconectados, ya que el cerebro reptiliano se está apoderando de todo el órgano pensante y difícilmente adoptarán una actitud conciliadora y enfocada en soluciones.

¿Cómo podríamos haber actuado en la situación anterior?

Hijo: Mamá no sé hacer estos deberes (Pensamiento: soy incapaz de hacer estos ejercicios)

Madre: ¿qué es lo que no entiendes? Quizás pueda ayudarte. (Pensamiento: son ejercicios muy fáciles, qué raro que no lo entienda, quizás el modo de explicárselos en clase no ha sido el adecuado o quizás estaba distraído)

Hijo: ¡No entiendo nada, es todo muy difícil! (Pensamiento: ¡no puedo hacer esto, no sé!)

Madre: Sé que te agobia no saber cómo se hacen, pero déjame ver, es cierto que son complicados, pero verás como cuando lo entiendas sabes hacerlos. (Pensamiento: Pues parece que realmente no sabe hacerlos, y está agobiado). Haremos una cosa, te lo explico, hago uno contigo, y el resto los haces tú solo, que seguro puedes, y cualquier duda me la preguntas.

Hijo: Pensamiento: quizás pueda entenderlos y a lo mejor hasta puedo hacerlos. Voy a intentarlo, mi madre me ayuda.

Al hablar del origen de la creencia errónea de incapacidad, además de la carga genética que todos traemos al nacer, hay que citar los mapas causales que el niño se va formando en función de cómo su entorno se comporta con él o ella. Si nuestro pequeño actúa a menudo con esta creencia, debiéramos plantearnos las siguientes cuestiones:

·        ¿Alabamos de forma excesiva, en vez de motivar adecuadamente?

·         ¿Abusamos de la firmeza en nuestro proceso educativo, creando en el niño un miedo a equivocarse y a defraudarnos?

·         ¿Abusamos de la amabilidad, otorgando un excesivo poder al niño, con la responsabilidad que eso conlleva?

El perfil de un niño con creencia errónea de incapacidad no siempre es de sumisión y de evidente baja autoestima, ya que son muchas las ocasiones en las que se enmascara este convencimiento de insuficiencia ¿Cómo oculta esta ineptitud?

·         Por un lado, a través de la demanda de poder, no reconociendo a los demás su incapacidad.

·         Por otro lado,  a través de una repetición de conductas cómicas. Si estoy todo el tiempo haciendo “gracias”, nadie percibirá mis carencias. ( Los adultos percibimos estas actitudes como que los niños se ríen de nosotros o como que todo les da igual, y nada más lejos de la realidad)

Esto son conductas de evitación de la realidad, es una forma de no tomar contacto con las situaciones que no sabemos afrontar.

Si queremos ayudar a un niño que busca la pertenencia mediante esta vía, lo mejor que podemos hacer es empoderarlo y capacitarlo, ¿cómo?

·        Mediante la motivación, que no es lo mismo que alabar ( mirar artículos anteriores)
 

·        Ayudándolo a realizar tareas; ayudar no es rescatar, no es hacerlo todo por el pequeño, es tener paciencia e ir realizando juntos tareas, y de forma paulatina, permitir que el niño, conforme vaya cogiendo confianza en sí mismo, las realice solo.

 

 
·        Utilizar los errores del pequeño como oportunidades maravillosas de aprendizaje, y no como motivo de castigo o regañinas. Un error es una ocasión que tenemos de transmitirle a nuestro hijo que ese hecho, ha sido consecuencia de una acción realizada por él, lo que significa que si varía su acción, la consecuencia también será diferente. Le estamos diciendo “Cariño, tú tienes la capacidad y el poder de cambiar tu entorno y de cambiar cosas”. Este mensaje anima al niño a ser responsable de sus actos sin miedo ni culpa.
 

 

sábado, 11 de enero de 2014

Creencia errónea de incapacidad y sana autoestima


Dentro de las cuatro creencias erróneas que la Disciplina Positiva cita para comprender el comportamiento de un niño se encuentra la de INCAPACIDAD.
Me quedo con dos de las acepciones con las que la RAE define a esta palabra:
 1. Falta de capacidad para hacer, recibir o aprender algo.

 3. Falta de preparación o de medios para realizar un acto.

Pues bien, así es como muchos niños se sienten en sus casas, en las escuelas y en sus círculos más cercanos, incapaces para realizar tareas y actividades que los adultos consideramos que sí pueden llevar a cabo.
En muchas ocasiones es muy complicado identificar la incapacidad del pequeño, sobre todo si éste la enmascara tras un personaje cómico que aparentemente se ríe de todo; o tras un carácter hostil y en continua actitud de defensa. En otras ocasiones confundimos su incapacidad con llamadas de atención, y decidimos aplicar una terapia conductual, ignorando, por ejemplo, el llanto del niño, para que “aprenda” que así no se piden las cosas. Con esta actitud potenciamos aún más su sentimiento de ineptitud.
Son muchos los niños que hoy en día sienten que sus cualidades son insuficientes para desempeñar tareas diarias. Vivimos en un mundo donde rige la competitividad, y ésta se está llevando a su peor extremo,  convirtiéndose, por desgracia, en un principio de vida. Esta competitividad se siembra desde pequeño, y genera estrés, ansiedad y bloqueo en el mundo infantil. No digo que competir sea malo, la competición puede usarse como estímulo para conseguir un principio útil para el pequeño y para su entorno, pero rara vez se le da este sentido.
Para identificar a un niño incapaz, Jane Nelsen nos recomienda realizar una mirada introspectiva a nuestras emociones. Si la conducta del pequeño despierta en nosotros emociones de impotencia, incapacidad y desesperanza, es muy posible que el niño necesite aprender medios y herramientas para poder vencer su percepción de incapacidad.
Esta creencia errónea no aparece sola; aunque bien es cierto que todos nacemos con una importante carga genética, no es menos cierto que tanto las relaciones familiares como el ambiente en el que crecemos, modelan y determinan nuestra personalidad.
Las excesivas e inadecuadas exigencias por parte de los cuidadores, las comparaciones continuas con iguales, los comentarios cargados de una fuerte connotación negativa ante errores cometidos por los niños (“pero qué torpe que eres”), o el rescate sucesivo del pequeño en situaciones normales pero que los papás ven peligrosas, son la semilla perfecta para que un niño desarrolle un sentimiento de incapacidad real.
 
No olvidemos que cuando llegamos al mundo después de 9 meses gestándonos en una burbuja humana, no tenemos ni idea de lo que son las relaciones sociales, son nuestros responsables más cercanos los que nos enseñan cómo deben ser estas relaciones y cómo debemos interactuar con los demás, así que por favor, seamos coherentes con lo que queremos de nuestros hijos y con lo que practicamos con ellos.
Retomando un poco el hilo del comienzo de este escrito, y analizando la creencia de la incapacidad y lo que ello conlleva, nos encontramos con que este sentimiento está íntimamente relacionado con la autoestima, y la autoestima, a su vez, está relacionada con el autoconcepto. Son conceptos relacionados, pero no son iguales.  
El autoconcepto sería el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, cuáles son, a nuestro entender, las características que nos definen como persona. La autoestima sería lo que esperamos que podemos llegar a hacer con nuestras cualidades. Cuando la distancia entre lo que pensamos que somos y lo que  pensamos que podemos desarrollar es muy grande, nuestra autoestima se tambalea; sin embargo, cuanto más ajustado esté nuestro autoconcepto de nuestra autoestima, más sólida será esta última.
Por lo tanto, para trabajar con un niño que se siente incapaz, lo primero que tendríamos que averiguar es qué cualidades, aptitudes y dificultades considera él que tiene. Esta información podemos obtenerla, por una parte, mediante preguntas, y por otra, a través de la observación detallada y objetiva, olvidando lo que nosotros esperamos del niño, ya que no educamos para desarrollar en los niños nuestros anhelos, sino para desarrollar en el pequeño herramientas de vida que lo ayuden a ser feliz.
Podríamos decir que cuando el niño se siente satisfecho consigo mismo, tiene una sana autoestima.
Basándome en el libro “Cultivando Emociones”, apunto cuatro condiciones que influyen en el desarrollo de la autoestima:

a)    Vinculación: Aquí entrelazo con el núcleo central de la Disciplina Positiva, el sentimiento de pertenencia, tan importante para la especie humana. Un niño, al igual que el adulto, necesita saber que forma parte del grupo o familia. Esto le hace sentirse querido e importante. 

b)   Singularidad: Aquí hablo de respeto por las características y el ritmo de desarrollo del infante. Es cierto que existen etapas evolutivas, pero por favor, usemos también el sentido común. Cada niño, cada persona, tenemos nuestro ritmo de aprendizaje, y demos respetarlo. Como dije en otro artículo, la etapa de inmadurez dura más de 20 años, así que tenemos mucho tiempo para que nuestros hijos cumplan los objetivos de cada etapa, y si alguno no se cumple, tampoco pasa nada. No nos agobiemos.

c)    Poder: Muchos papás caemos en ocasiones en la creencia errónea del poder, pensamos que sólo si demostramos a nuestros hijos que nosotros mandamos seremos buenos padres, y no nos damos cuenta que no es necesario probar algo que ya tenemos. Esto ocurre, posiblemente por pensar que empoderar a un niño es suprimir límites, es permitir que haga lo que quiera, y esto es totalmente errado. Si no cedemos, de forma adecuada, en este aspecto,  estamos incapacitando a los pequeños para realizar tareas que podrían realizar perfectamente. ¡Atrevéos a ceder!, y así motivareis a los pequeños a desarrollar capacidades que los harán sentirse útiles y capaces. No olvidemos que el sentimiento de utilidad está muy relacionado con el de satisfacción y bienestar. 

d)   Modelos o pautas: Nuestros hijos necesitan un modelo de referencia, y especialmente en las primeras etapas infantiles, este punto será la familia. Posteriormente irá cambiando (con la adolescencia por ejemplo, el modelo a imitar serán los amigos). Por lo tanto, debemos ser muy cuidadosos con lo que decimos y sobre todo con lo que hacemos, ya que sus neuronas imitarán a las nuestras. Insisto, si queremos que el pequeño sea más ágil, no lo llamemos torpe por tropezar; y si queremos que se prepare él solo el desayuno, no pongamos cara de enfado si se le derrama la leche en la mesa, démosle una bayeta y que lo vuelva a intentar. De esta forma estaremos capacitando y motivando.

Finalmente, dos herramientas que nos ayudarán a mejorar el autoconcepto y la autoestima de los infantes

1)   Hacer uso de una crítica adecuada.

2)   Motivar en vez de alabar.

Ambos conceptos están muy relacionados; tal y como indica Goleman, la crítica adecuada debe ir dirigida a la acción realizada y a la forma en que podría realizarse, nunca hacia las características personales del pequeño o de la persona.
Si el pequeño considera que “el fracaso se debe a una carencia innata, pierde toda esperanza de transformar las cosas y dejan de intentar cambiarlas” ( Goleman)
Una crítica constructiva debe reunir las siguientes características

1)   Concreta. Que al pequeño le quede claro qué es lo que debería hacer de otra manera. Los niños no son adivinos, y la ironía con ellos no funciona. Seamos claros y concisos. 

2)  Enfocada en soluciones. Esta es también una herramienta de Disciplina Positiva, el enfoque en soluciones. No hagamos leña del árbol caído, analicemos con el pequeño lo que ha sucedido y porqué y después, busquemos soluciones juntos para que las cosas ocurran de otra manera.
3)   Estando presente. Hagamos nuestros comentarios cara a cara, y a ser posible en privado. Los papás no necesitamos justificar la conducta de nuestros pequeños ante nadie, ni necesitamos mostrarle a los demás nuestras técnicas educativas, al menos en los momentos en que tengamos que hacer una crítica a nuestros hijos. 

4)   Actitud sensible. Aquí es fundamental la empatía, y nos vendría muy bien aplicar el proceso de integración desarrollado por Siegel y ya expuesto en mi artículo sobre las emociones. 

Sin embargo, y esto es muy importante, no sólo tenemos que cuidar cómo hacemos la crítica al niño, sino que además debemos enseñarlo a recibir una crítica adecuadamente, exponiéndole los beneficios de la misma, haciéndole ver que una crítica bien expresada contiene una información importantísima que le ayudará a mejorar acciones y a conseguir objetivos.
Del mismo modo, y tal y como desarrollé en un escrito anterior, la motivación debe ir enfocada a la conducta, ya que la alabanza no deja de ser una vinculación entre nuestros sentimientos y nuestro estado de ánimo, con la conducta del niño, y esto es una responsabilidad emocional muy grande e injusta para el pequeño; por ejemplo, “¡qué contenta estoy porque te has comido toda la sopa!”. Bastaría con decir “¡Te has comido la sopa tú solito!¡ seguro que a tu cuerpo le ha sentado muy bien!” El niño toma consciencia de que ha sido él el que se ha tomado la comida sin ayuda y que además aporta energía a su cuerpo. Con esta actitud, aprende a valorar sus actos, con la alabanza aprende que si hace algo que a mamá le gusta, ésta estará contenta, pero si no lo hace se enfadará. Tiene muchas papeletas para desarrollar un miedo a intentar cosas complejas, ya que si no salen bien, sus papás no estarán contentos.
Para concluir, sólo indicar que si cedemos poder de forma equilibrada y ajustada a las capacidades de los pequeños ( respetando siempre los límites), y aplicamos correctamente la motivación y la crítica constructiva, los niños no sólo se sentirán capacitados para desarrollarse como personas, sino que además se sentirán útiles, y aprenderán a ser responsables de una forma saludable emocionalmente hablando, ya que no tendrán miedo a equivocarse y no se frustrarán por comentarios ajenos, muy al contrario, sacarán la parte positiva de los mismos. Así que por favor, seamos valientes y demos el paso hacia el cambio para una mejora en nuestros niños, ya que son la sociedad del mañana.