sábado, 11 de enero de 2014

Creencia errónea de incapacidad y sana autoestima


Dentro de las cuatro creencias erróneas que la Disciplina Positiva cita para comprender el comportamiento de un niño se encuentra la de INCAPACIDAD.
Me quedo con dos de las acepciones con las que la RAE define a esta palabra:
 1. Falta de capacidad para hacer, recibir o aprender algo.

 3. Falta de preparación o de medios para realizar un acto.

Pues bien, así es como muchos niños se sienten en sus casas, en las escuelas y en sus círculos más cercanos, incapaces para realizar tareas y actividades que los adultos consideramos que sí pueden llevar a cabo.
En muchas ocasiones es muy complicado identificar la incapacidad del pequeño, sobre todo si éste la enmascara tras un personaje cómico que aparentemente se ríe de todo; o tras un carácter hostil y en continua actitud de defensa. En otras ocasiones confundimos su incapacidad con llamadas de atención, y decidimos aplicar una terapia conductual, ignorando, por ejemplo, el llanto del niño, para que “aprenda” que así no se piden las cosas. Con esta actitud potenciamos aún más su sentimiento de ineptitud.
Son muchos los niños que hoy en día sienten que sus cualidades son insuficientes para desempeñar tareas diarias. Vivimos en un mundo donde rige la competitividad, y ésta se está llevando a su peor extremo,  convirtiéndose, por desgracia, en un principio de vida. Esta competitividad se siembra desde pequeño, y genera estrés, ansiedad y bloqueo en el mundo infantil. No digo que competir sea malo, la competición puede usarse como estímulo para conseguir un principio útil para el pequeño y para su entorno, pero rara vez se le da este sentido.
Para identificar a un niño incapaz, Jane Nelsen nos recomienda realizar una mirada introspectiva a nuestras emociones. Si la conducta del pequeño despierta en nosotros emociones de impotencia, incapacidad y desesperanza, es muy posible que el niño necesite aprender medios y herramientas para poder vencer su percepción de incapacidad.
Esta creencia errónea no aparece sola; aunque bien es cierto que todos nacemos con una importante carga genética, no es menos cierto que tanto las relaciones familiares como el ambiente en el que crecemos, modelan y determinan nuestra personalidad.
Las excesivas e inadecuadas exigencias por parte de los cuidadores, las comparaciones continuas con iguales, los comentarios cargados de una fuerte connotación negativa ante errores cometidos por los niños (“pero qué torpe que eres”), o el rescate sucesivo del pequeño en situaciones normales pero que los papás ven peligrosas, son la semilla perfecta para que un niño desarrolle un sentimiento de incapacidad real.
 
No olvidemos que cuando llegamos al mundo después de 9 meses gestándonos en una burbuja humana, no tenemos ni idea de lo que son las relaciones sociales, son nuestros responsables más cercanos los que nos enseñan cómo deben ser estas relaciones y cómo debemos interactuar con los demás, así que por favor, seamos coherentes con lo que queremos de nuestros hijos y con lo que practicamos con ellos.
Retomando un poco el hilo del comienzo de este escrito, y analizando la creencia de la incapacidad y lo que ello conlleva, nos encontramos con que este sentimiento está íntimamente relacionado con la autoestima, y la autoestima, a su vez, está relacionada con el autoconcepto. Son conceptos relacionados, pero no son iguales.  
El autoconcepto sería el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, cuáles son, a nuestro entender, las características que nos definen como persona. La autoestima sería lo que esperamos que podemos llegar a hacer con nuestras cualidades. Cuando la distancia entre lo que pensamos que somos y lo que  pensamos que podemos desarrollar es muy grande, nuestra autoestima se tambalea; sin embargo, cuanto más ajustado esté nuestro autoconcepto de nuestra autoestima, más sólida será esta última.
Por lo tanto, para trabajar con un niño que se siente incapaz, lo primero que tendríamos que averiguar es qué cualidades, aptitudes y dificultades considera él que tiene. Esta información podemos obtenerla, por una parte, mediante preguntas, y por otra, a través de la observación detallada y objetiva, olvidando lo que nosotros esperamos del niño, ya que no educamos para desarrollar en los niños nuestros anhelos, sino para desarrollar en el pequeño herramientas de vida que lo ayuden a ser feliz.
Podríamos decir que cuando el niño se siente satisfecho consigo mismo, tiene una sana autoestima.
Basándome en el libro “Cultivando Emociones”, apunto cuatro condiciones que influyen en el desarrollo de la autoestima:

a)    Vinculación: Aquí entrelazo con el núcleo central de la Disciplina Positiva, el sentimiento de pertenencia, tan importante para la especie humana. Un niño, al igual que el adulto, necesita saber que forma parte del grupo o familia. Esto le hace sentirse querido e importante. 

b)   Singularidad: Aquí hablo de respeto por las características y el ritmo de desarrollo del infante. Es cierto que existen etapas evolutivas, pero por favor, usemos también el sentido común. Cada niño, cada persona, tenemos nuestro ritmo de aprendizaje, y demos respetarlo. Como dije en otro artículo, la etapa de inmadurez dura más de 20 años, así que tenemos mucho tiempo para que nuestros hijos cumplan los objetivos de cada etapa, y si alguno no se cumple, tampoco pasa nada. No nos agobiemos.

c)    Poder: Muchos papás caemos en ocasiones en la creencia errónea del poder, pensamos que sólo si demostramos a nuestros hijos que nosotros mandamos seremos buenos padres, y no nos damos cuenta que no es necesario probar algo que ya tenemos. Esto ocurre, posiblemente por pensar que empoderar a un niño es suprimir límites, es permitir que haga lo que quiera, y esto es totalmente errado. Si no cedemos, de forma adecuada, en este aspecto,  estamos incapacitando a los pequeños para realizar tareas que podrían realizar perfectamente. ¡Atrevéos a ceder!, y así motivareis a los pequeños a desarrollar capacidades que los harán sentirse útiles y capaces. No olvidemos que el sentimiento de utilidad está muy relacionado con el de satisfacción y bienestar. 

d)   Modelos o pautas: Nuestros hijos necesitan un modelo de referencia, y especialmente en las primeras etapas infantiles, este punto será la familia. Posteriormente irá cambiando (con la adolescencia por ejemplo, el modelo a imitar serán los amigos). Por lo tanto, debemos ser muy cuidadosos con lo que decimos y sobre todo con lo que hacemos, ya que sus neuronas imitarán a las nuestras. Insisto, si queremos que el pequeño sea más ágil, no lo llamemos torpe por tropezar; y si queremos que se prepare él solo el desayuno, no pongamos cara de enfado si se le derrama la leche en la mesa, démosle una bayeta y que lo vuelva a intentar. De esta forma estaremos capacitando y motivando.

Finalmente, dos herramientas que nos ayudarán a mejorar el autoconcepto y la autoestima de los infantes

1)   Hacer uso de una crítica adecuada.

2)   Motivar en vez de alabar.

Ambos conceptos están muy relacionados; tal y como indica Goleman, la crítica adecuada debe ir dirigida a la acción realizada y a la forma en que podría realizarse, nunca hacia las características personales del pequeño o de la persona.
Si el pequeño considera que “el fracaso se debe a una carencia innata, pierde toda esperanza de transformar las cosas y dejan de intentar cambiarlas” ( Goleman)
Una crítica constructiva debe reunir las siguientes características

1)   Concreta. Que al pequeño le quede claro qué es lo que debería hacer de otra manera. Los niños no son adivinos, y la ironía con ellos no funciona. Seamos claros y concisos. 

2)  Enfocada en soluciones. Esta es también una herramienta de Disciplina Positiva, el enfoque en soluciones. No hagamos leña del árbol caído, analicemos con el pequeño lo que ha sucedido y porqué y después, busquemos soluciones juntos para que las cosas ocurran de otra manera.
3)   Estando presente. Hagamos nuestros comentarios cara a cara, y a ser posible en privado. Los papás no necesitamos justificar la conducta de nuestros pequeños ante nadie, ni necesitamos mostrarle a los demás nuestras técnicas educativas, al menos en los momentos en que tengamos que hacer una crítica a nuestros hijos. 

4)   Actitud sensible. Aquí es fundamental la empatía, y nos vendría muy bien aplicar el proceso de integración desarrollado por Siegel y ya expuesto en mi artículo sobre las emociones. 

Sin embargo, y esto es muy importante, no sólo tenemos que cuidar cómo hacemos la crítica al niño, sino que además debemos enseñarlo a recibir una crítica adecuadamente, exponiéndole los beneficios de la misma, haciéndole ver que una crítica bien expresada contiene una información importantísima que le ayudará a mejorar acciones y a conseguir objetivos.
Del mismo modo, y tal y como desarrollé en un escrito anterior, la motivación debe ir enfocada a la conducta, ya que la alabanza no deja de ser una vinculación entre nuestros sentimientos y nuestro estado de ánimo, con la conducta del niño, y esto es una responsabilidad emocional muy grande e injusta para el pequeño; por ejemplo, “¡qué contenta estoy porque te has comido toda la sopa!”. Bastaría con decir “¡Te has comido la sopa tú solito!¡ seguro que a tu cuerpo le ha sentado muy bien!” El niño toma consciencia de que ha sido él el que se ha tomado la comida sin ayuda y que además aporta energía a su cuerpo. Con esta actitud, aprende a valorar sus actos, con la alabanza aprende que si hace algo que a mamá le gusta, ésta estará contenta, pero si no lo hace se enfadará. Tiene muchas papeletas para desarrollar un miedo a intentar cosas complejas, ya que si no salen bien, sus papás no estarán contentos.
Para concluir, sólo indicar que si cedemos poder de forma equilibrada y ajustada a las capacidades de los pequeños ( respetando siempre los límites), y aplicamos correctamente la motivación y la crítica constructiva, los niños no sólo se sentirán capacitados para desarrollarse como personas, sino que además se sentirán útiles, y aprenderán a ser responsables de una forma saludable emocionalmente hablando, ya que no tendrán miedo a equivocarse y no se frustrarán por comentarios ajenos, muy al contrario, sacarán la parte positiva de los mismos. Así que por favor, seamos valientes y demos el paso hacia el cambio para una mejora en nuestros niños, ya que son la sociedad del mañana.

 

jueves, 2 de enero de 2014

El Mágico Mundo de las Emociones

 

En una maravillosa entrevista con Eduard Punset, el neurólogo Antonio Damasio explica algo que todos sabemos aunque no seamos conscientes en muchas ocasiones: un estímulo externo genera una emoción y un posterior sentimiento en nosotros que afectará de una manera muy directa a nuestro comportamiento y a nuestras decisiones. El cómo gestionemos esa emoción y ese sentimiento será determinante en el desarrollo de nuestras vidas, y lo que es más importante, en la relación con nuestros hijos.
Cuando nuestro hijo se niega, por ejemplo, a realizar sus tareas (estímulo), nos  enfadamos (emoción), el  pulso se acelera, comenzamos a mover nuestras extremidades nerviosamente y automáticamente pensamos que la forma de acabar con esa situación es gritar y probablemente castigar. Pues bien, cuando somos conscientes de todo esto, hemos creado un sentimiento, en este caso negativo (rabia, impotencia) que a la vista está, no traerá nada bueno. Por desgracia, las emociones negativas que las personas sobrellevamos a lo largo del día son más de las que desearíamos.
Para este neurólogo luso, la gestión de las emociones negativas puede hacerse mediante el uso de la voluntad: “la voluntad es realmente un método para educar a la razón en la búsqueda de un estímulo que pueda volverte positivo en tus emociones”
La idea, tal y como él manifiesta, sería la de contrarrestar la emoción negativa con otra emoción positiva más fuerte.
En consonancia con lo anteriormente expuesto, Damasio manifiesta: “podríamos decir que el objetivo de una buena educación para los niños, los adolescentes, e incluso para nosotros mismos, es organizar nuestras emociones de tal modo que podamos cultivar las mejores emociones y eliminar las peores, porque como seres humanos tenemos ambos tipos”
Si conseguimos que en  la educación de un niño predominen los sentimientos positivos sobre los negativos, habremos educado en valores, y si educamos a muchos niños en valores, tendremos una sociedad basada fundamentalmente en valores positivos. Huelga decir lo que una sociedad que se rija por valores positivos puede conseguir.

El cerebro humano es un órgano que al nacer es prematuro, termina de desarrollarse una vez que el niño ha abandonado el útero materno. El motivo de esto es que si el cerebro adoptase su tamaño de madurez dentro de la madre, difícilmente las caderas femeninas podrían soportar el momento del parto. Este dato es fundamental para los que tratamos con niños. Estamos diciendo que el órgano encargado de la obtención de herramientas propias para vivir de una manera sana a nivel emocional y cognitivo, aún no funciona adecuadamente.

En la parte superior del cerebro se encuentra la corteza cerebral junto con las partes que la forman; pues bien, este lado superior del cerebro es el encargado, entre otras cosas, del correcto razonamiento y es el responsable de que se produzca una buena gestión de las emociones. Pues bien, según la psicoterapeuta Sue Gerhardt, hasta los 2 ó 3 años de edad, todo lo que hagamos, todo lo que el niño reciba y perciba, deja huella en esta zona cerebral superior, que posteriormente se desarrollará. Esta especialista menciona algo tan bello como que el amor actúa como modulador del cerebro.”
Según Gerhardt, “los vínculos afectivos seguros permiten que el niño después se relacione mejor con los demás”. Es más, esta psicoterapeuta ha demostrado que las sustancias bioquímicas relacionadas con el placer, ayudan a desarrollar las funciones de la parte superior del cerebro.
En sintonía con Sue Gerhardt, aludimos a Alison Gopnik, para quien los bebés y los niños son el departamento de I + D de la especie humana. El ser humano depende del aprendizaje para su supervivencia, y es en la etapa de inmadurez en la que mayor profusión tiene éste, de ahí que la etapa de dependencia sea tan prolongada en la especie humana. Son muchos los años de aprendizajes que la vida nos ofrece, que bien utilizados, podrán dar un fruto maravilloso.

Basándose en investigaciones, esta psicóloga afirma:

“una de las cosas más importantes que tienen que aprender los bebés es a amar porque el hecho evolutivo de que sean tan dependientes de nosotros significa que hay que ocuparse de ellos, y tienen que entender cómo funciona el afecto. Nuestra capacidad de amar es una de las más importantes como seres humanos. Hemos descubierto que incluso los bebés más pequeños ya son suficientemente sensibles como para entender cómo funciona el amor. Por ejemplo, algunos bebés parecen aprender que si están afligidos y lloran su papá o mamá se va a ocupar de ellos. Pero parece que hay otros bebés que aprenden que si lloran, papá y mamá se van a disgustar más y no se van a ocupar tanto de ellos.”

“(…) en función de su propia relación con sus cuidadores, tendrán distintas predicciones en relación con los demás. Así que incluso esos bebés tan pequeños, algunos piensan: “Ah sí, cuando el bebé llora, mamá se acerca”. Y otros piensan que cuando un bebé llora, mamá se marcha. Y tenemos datos que prueban que esa idea tan básica de cómo me trata la gente a la que quiero, se mantiene hasta la edad adulta”

Podríamos decir, pues,  que de las investigaciones de los últimos años se extrae que:

·         Las emociones y sentimientos se generan por un estímulo externo.

·         Las emociones y sentimientos determinan nuestras conductas.

·         Los sentimientos positivos contrarrestan a los sentimientos negativos.

·         Nacemos con un cerebro inmaduro.

·         Las sustancias bioquímicas relacionadas con el placer ayudan a desarrollar la parte superior del cerebro, encargada, entre otras cosas, de un buen razonamiento y gestión de las emociones.

·         Hasta los 3 años de edad, lo que perciba el niño, deja huella en la parte superior del cerebro, que se irá desarrollando con los años.

·         El amor moldea al cerebro.

Por lo tanto, si, sobre todo, en los primeros años de vida, el niño recibe un trato adecuado, emocionalmente hablando, la corteza cerebral y las partes que la integran, se desarrollarán de una manera más efectiva, lo que significa que estará mejor preparada para gestionar situaciones límites, como por ejemplo de estrés; y deduzco, asimismo, que la capacidad para potenciar los sentimientos positivos sobre los negativos también será mayor.
Muchos estaréis pensando, esto está muy bien, pero, ¿qué hago entonces? ¿cómo me relaciono con mi hijo?

En Disciplina Positiva, una de las sugerencias que intentamos transmitir en el trato con los pequeños es la de CONEXIÓN ANTES QUE REACCIÓN. Con conexión nos referimos precisamente a la parte emocional de la que he estado hablando en este artículo.
Daniel Siegel, en su conocido libro “El cerebro del niño”, habla de la INTEGRACIÓN, tanto del hemisferio derecho con el hemisferio izquierdo, como integración de la parte inferior del cerebro con la superior del mismo. Siendo esquemáticos, podemos decir que:

·         Hemisferio derecho: es emocional, experiencial y no verbal. Se      especializa en las imágenes, las emociones y los recuerdos personales.

·         Hemisferio izquierdo: es lógico, literal, lingüístico y lineal ( orden)

·         Parte inferior: incluye el tronco cerebral y el sistema límbico. Se ocupa de las funciones básicas, reacciones innatas e impulsos y de las emociones fuertes.

·         Parte superior: se compone de la corteza cerebral y sus distintas partes, incluida la llamada corteza prefrontal media. Esta parte está más evolucionada, y se encarga, entre otras cosas, de tomar decisiones y planificar con sensatez, controlar las emociones y el cuerpo, entenderse a sí mismo, sentir empatía y tener sentido de la ética.
 
Durante los 3 primeros años de vida, y desde el punto de vista del desarrollo, lo que predomina en los niños es el hemisferio derecho; para ellos, “la lógica, las responsabilidades y el tiempo no existen”
Para que haya un equilibrio en los actos, es necesario que exista una integración horizontal de ambos hemisferios, así como una integración del cerebro inferior con el cerebro superior.
Para conectar con nuestro hijo, si éste está actuando predominantemente con el hemisferio derecho, dejándose llevar por las emociones, y a su vez, reaccionando con los impulsos propios de la parte cerebral inferior, difícilmente podremos llegar a él a través de la lógica y el razonamiento, ya que éstas pertenecen al hemisferio izquierdo y nuestro hijo en ese momento lo tiene bloqueado. ¿Qué hacer entonces? Pues adentrarnos en su mundo con nuestro hemisferio derecho, que nuestras emociones hablen con sus emociones, que nuestro hemisferio derecho eche el ancla en el hemisferio derecho del pequeño, y cuando esta afinidad se haya logrado, entonces es cuando podemos, poco a poco, adentrarnos en el hemisferio izquierdo, para poder, de esta forma, razonar sobre la situación que ha dado lugar al conflicto. Si conseguimos esto, podemos llegar a equilibrar la situación, ya que el razonamiento propio de la parte izquierda y de la parte superior ayudará a gestionar la emoción de la parte derecha y la parte inferior.
Debe existir una integración tanto horizontal como vertical para que se dé un correcto funcionamiento del cerebro.

 

 


Macarena Soto Rueda
Educadora para Padres en Disciplina Positiva