jueves, 13 de febrero de 2014

LA ADOLESCENCIA. ¿POR QUÉ LOS CAMBIOS?


Cuando nuestros pequeños dejan de ser tan pequeños nos encontramos con verdaderos conflictos emocionales dentro de casa. Las discusiones aumentan, las caras largas parecen quedar esculpidas durante días en sus rostros, las luchas de poder entran en un bucle que parece no tener salida, y la sensación de impotencia, tanto del adolescente como del padre o madre va en crescendo.

¿De qué edad estamos hablando? Los límites son flexibles, podemos decir que nos movemos entre los 10-12 años, lo que podríamos llamar pubertad o adolescencia temprana, y la edad adulta, más allá de los 20 años.

Recientes investigaciones han demostrado que durante la adolescencia, el cerebro, que tarda más de 20 años en conseguir su madurez, el cerebro experimenta un súbito desarrollo eléctrico y fisiológico. El número de células cerebrales pueden casi llegar a duplicarse en el curso de un año, en tanto las redes neuronales se reorganizan radicalmente, con las repercusiones consiguientes sobre la capacidad emocional, física y mental.” (UNICEF, “ La adolescencia temprana y tardía” ) Este  hecho explica, en parte, los conflictos con los que nos encontramos en esta etapa vital.

Las últimas investigaciones apuntan, tal y como hace la Disciplina Positiva, a la gran oportunidad que nos brindan los conflictos con los adolescentes para ayudarlos a conseguir herramientas personales útiles para la convivencia.

Para los adolescentes, esta etapa es un proceso de identificación y reafirmación como persona. Se pasa de la dependencia infantil a la búsqueda de la  autonomía; llega la madurez sexual y existe un deseo de pertenencia a la sociedad. Durante este período, los jóvenes viven conflictos internos, ya que deben integrar su etapa y aprendizaje infantil con todos los estímulos externos que están recibiendo. Todo esto puede generar momentos de ansiedad, que tratados adecuadamente, con respeto, firmeza y amabilidad, no tendrán más trascendencia que una parte más del proceso evolutivo.

El sentimiento de pertenencia tan importante para la Disciplina Positiva, ahora se ve dividido en el adolescente, ya que no sólo es importante saber que pertenece a su familia, también es importante saber que se le tiene en cuenta en sus círculos sociales.

Por otra parte, para los padres, es la etapa en que somos más conscientes de que nuestros hijos no nos pertenecen (esta lección debiéramos aprenderla en el mismo momento de la gestación), de que ya no nos necesitan tanto, que nuestra autoridad sobre ellos ya no es tan efectiva, y que, poco a poco, dejamos de ser en sus vidas, el gran eje sobre el que todo gira.

Esta búsqueda de identidad e independencia (adolescentes), por un lado, y ese miedo a “perder” algo tan preciado (padres respecto a hijos), por otro, nos hace entrar en una lucha de poder que está condenada, sin duda, a la incomprensión y al distanciamiento por ambas partes.

¿Cómo podemos actuar los padres y educadores? Aquí van unas pequeñas pautas:

ü  Con serenidad, respetando el proceso de individualización de nuestro hijo.

ü  Recordando que aunque los amigos pasan a ser una parte muy importante en la vida del adolescente, “los padres seguimos siendo la principal fuente de seguridad para nuestros hijos”. ( FAROS, Sant Joan de Déu)

ü  Evitando luchas de poder que no ayudan ni a la conexión ni al enfoque en soluciones.

ü  Siendo firme y amable con los límites, tanto en su adopción como en su cumplimiento. Dónde están los límites es algo que debe estar claro para los jóvenes.

ü  Oír sin juzgar, favoreciendo de este modo la comunicación.

ü  Ser conscientes de que en este período habrá conflictos que son la herramienta que tenemos para que nuestros hijos aprendan habilidades comunicativas así como intra e interpersonales.

ü  Repetirnos eso que tanto hemos dicho a nuestros hijos: El amor compartido no es amor perdido.

Que nuestros hijos quieran compartir sus vidas con más personas no significa que dejen de querernos; al contrario, si los respetamos en su proceso de crecimiento, adquiriremos un valor en sus vidas que  traspasará a la etapa adulta.
 
 
 
Macarena Soto Rueda
Experta en Neurosicoeducación/ Neurosicadora en el aula/ Educadora en Disciplina Positiva/ Lic. Derecho

 

lunes, 3 de febrero de 2014

CREENCIA ERRÓNEA DE INCAPACIDAD II


Cuando no nos sentimos importantes ni tenidos en cuenta por nuestros círculos más cercanos, buscamos vías para cubrir esa necesidad que todos tenemos, como seres sociales que somos.

La Disciplina Positiva denomina a estos caminos de búsqueda de pertenencia, creencias erróneas, y una de ellas es la creencia errónea de incapacidad.

Mediante este convencimiento, el pequeño se siente realmente incapaz de realizar determinadas acciones; este convencimiento es tan grande, que tal y como indica Jane Nelsen, al infante “le parece imposible que lo puedan tener en cuenta”, de ahí que su intención sea la de “convencer a los demás para que no esperen nada de él”. Y es esta última frase la que deja abierta un mundo entero de comportamientos en el niño, que muchas veces el adulto interpreta de manera equivocada.

En primer lugar habría que dejar clara la distinción entre:

·        Lo que un niño puede hacer y lo que no, en función de sus capacidades reales, madurez y etapa evolutiva.

·        Lo que un niño piensa que puede hacer y lo que piensa que no puede hacer, independientemente de las capacidades que tenga.

·        Lo que un adulto piensa que el pequeño puede realizar y lo que piensa que no puede realizar

Si analizamos situaciones diarias, veremos cómo son muchas las ocasiones en que ninguna de las premisas anteriores coinciden, de forma que lo que el niño considera que puede ejecutar, el adulto considera  que no puede llevarlo a cabo y viceversa.

Que un niño esté capacitado para realizar una determinada acción, y que el adulto sea consciente de que tiene las herramientas personales y externas para poder llevarlas a cabo, no significa que el pequeño sepa que realmente puede asumir esa responsabilidad, ya que está en una creencia errónea de incapacidad, lo que equivale a decir que no espera nada de sí mismo porque el autoconcepto que tiene de él es de inútil.

Un ejemplo claro de esta situación lo podemos observar a la hora de realizar los deberes del colegio. Imaginemos una tarde en la que vuestro hijo o hija está haciendo tareas escolares, supuestamente sencillas para su edad.

Hijo: Mamá no sé cómo hacer estos deberes (Pensamiento: soy incapaz de hacer estos ejercicios)

Madre: ¿Cómo qué no? Pero si son muy sencillos, sé que tú sabes hacerlos perfectamente (Pensamiento: son ejercicios muy fáciles, ¿cómo no va a saber hacerlos?)

Hijo: Que no, ¡que son muy difíciles!, ¡qué no me salen! ¡ no quiero hacerlos! ( Pensamiento: ¡no puedo hacer esto, no sé!)

Madre: ¡Ya estamos otra vez igual, como cada tarde! ¡Ponte ahora mismo a terminar los ejercicios! ¡ sabes hacerlos perfectamente!, ¡ya está bien de tomarme el pelo!, ¡no puedo estar todo el día pendiente de ti! ¡ tienes que ir asumiendo tus propias responsabilidades! ( Pensamiento: Este niño no va a madurar nunca, está continuamente llamando mi atención, quiere que yo le haga todo su trabajo)

Hijo: ¡Que no sé! ¡ que me ayudes o no los hago! ¡ pues me da igual, no los hago! ( Pensamiento: me da todo igual, aunque suspenda, ¡no puedo hacerlo! ¡ no sé hacerlos! ¡ y mi madre pasa de mí!)

¿Os resulta familiar?  Lo que el adulto considera que puede llevar a cabo el niño, se aleja mucho de lo que realmente el niño piensa de sí mismo. Aunque a nivel cognitivo el desarrollo sea el adecuado para realizar determinadas tareas, si el autoconcepto que tiene el pequeño de sí mismo es de incapacidad, difícilmente podrá llevar a cabo algunas acciones, por mucho que nos empeñemos.

Llegados a este punto de la conversación, lo más fácil es entrar en una lucha de poder, con castigo y amenazas incluidos. Debemos ser conscientes, además, que a nivel emocional, tanto el infante como el padre o cuidador, están desconectados, ya que el cerebro reptiliano se está apoderando de todo el órgano pensante y difícilmente adoptarán una actitud conciliadora y enfocada en soluciones.

¿Cómo podríamos haber actuado en la situación anterior?

Hijo: Mamá no sé hacer estos deberes (Pensamiento: soy incapaz de hacer estos ejercicios)

Madre: ¿qué es lo que no entiendes? Quizás pueda ayudarte. (Pensamiento: son ejercicios muy fáciles, qué raro que no lo entienda, quizás el modo de explicárselos en clase no ha sido el adecuado o quizás estaba distraído)

Hijo: ¡No entiendo nada, es todo muy difícil! (Pensamiento: ¡no puedo hacer esto, no sé!)

Madre: Sé que te agobia no saber cómo se hacen, pero déjame ver, es cierto que son complicados, pero verás como cuando lo entiendas sabes hacerlos. (Pensamiento: Pues parece que realmente no sabe hacerlos, y está agobiado). Haremos una cosa, te lo explico, hago uno contigo, y el resto los haces tú solo, que seguro puedes, y cualquier duda me la preguntas.

Hijo: Pensamiento: quizás pueda entenderlos y a lo mejor hasta puedo hacerlos. Voy a intentarlo, mi madre me ayuda.

Al hablar del origen de la creencia errónea de incapacidad, además de la carga genética que todos traemos al nacer, hay que citar los mapas causales que el niño se va formando en función de cómo su entorno se comporta con él o ella. Si nuestro pequeño actúa a menudo con esta creencia, debiéramos plantearnos las siguientes cuestiones:

·        ¿Alabamos de forma excesiva, en vez de motivar adecuadamente?

·         ¿Abusamos de la firmeza en nuestro proceso educativo, creando en el niño un miedo a equivocarse y a defraudarnos?

·         ¿Abusamos de la amabilidad, otorgando un excesivo poder al niño, con la responsabilidad que eso conlleva?

El perfil de un niño con creencia errónea de incapacidad no siempre es de sumisión y de evidente baja autoestima, ya que son muchas las ocasiones en las que se enmascara este convencimiento de insuficiencia ¿Cómo oculta esta ineptitud?

·         Por un lado, a través de la demanda de poder, no reconociendo a los demás su incapacidad.

·         Por otro lado,  a través de una repetición de conductas cómicas. Si estoy todo el tiempo haciendo “gracias”, nadie percibirá mis carencias. ( Los adultos percibimos estas actitudes como que los niños se ríen de nosotros o como que todo les da igual, y nada más lejos de la realidad)

Esto son conductas de evitación de la realidad, es una forma de no tomar contacto con las situaciones que no sabemos afrontar.

Si queremos ayudar a un niño que busca la pertenencia mediante esta vía, lo mejor que podemos hacer es empoderarlo y capacitarlo, ¿cómo?

·        Mediante la motivación, que no es lo mismo que alabar ( mirar artículos anteriores)
 

·        Ayudándolo a realizar tareas; ayudar no es rescatar, no es hacerlo todo por el pequeño, es tener paciencia e ir realizando juntos tareas, y de forma paulatina, permitir que el niño, conforme vaya cogiendo confianza en sí mismo, las realice solo.

 

 
·        Utilizar los errores del pequeño como oportunidades maravillosas de aprendizaje, y no como motivo de castigo o regañinas. Un error es una ocasión que tenemos de transmitirle a nuestro hijo que ese hecho, ha sido consecuencia de una acción realizada por él, lo que significa que si varía su acción, la consecuencia también será diferente. Le estamos diciendo “Cariño, tú tienes la capacidad y el poder de cambiar tu entorno y de cambiar cosas”. Este mensaje anima al niño a ser responsable de sus actos sin miedo ni culpa.