En esta ocasión no seré yo la que escriba, me siento muy feliz de poder compartir las preciosas palabras que narran el testimonio de una profesora de un bonito pueblo de la Serranía de Ronda.
Hace un mes aproximadamente tuve la oportunidad, a través del Cep de Ronda, de impartir formación a un grupo de profesores llenos de ganas de aprender y compartir experiencias.
Iré publicando distintos testimonios, (actualmente siguen formándose profesores a través del Cep de Marbella Coín ) porque pienso que sería una pena no compartir lo que muchos docentes de nuestro país están haciendo en sus aulas.
Cuando lo que compartes es conocimiento, las personas que lo reciben multiplican tu trabajo, ya que tienen una maleta llena de experiencias enriquecedoras que dan más sentido a todo lo que tú como facilitadora aportas; y los alumnos añaden valor a la labor del docente, y así, en un contexto de confianza en los alumnos, en el proceso y en nosotros mismos, podemos ir sustituyendo el castigo y la culpa por el enfoque en soluciones y la empatía...y sin darnos cuenta, la guerra por la paz.
Gracias a todos los papás y mamás, docentes, asesores educativos y personal de entidades públicas, que hacéis que este camino sea posible.
Sin más, aquí va el testimonio. No he cambiado ni una coma:
CARLOTA
De nuevo, sin ser esta la
dinámica elegida, se presentó una situación que me decidió ponerla en práctica.
La realicé con mi tutoría de 5º de Primaria.
El lunes 16 de noviembre, no
podíamos empezar la clase como un lunes cualquiera, como si nada hubiera
pasado; porque desgraciadamente en París se produjeron unos acontecimientos que
todos bien conocemos, causando una verdadera masacre de la que debíamos hablar.
Por muy cruel que parezca, soy de
la opinión que no podemos dejar a los niños/as al margen de las cosas que
ocurren en el mundo. Desde mi punto de vista, ocultándoles la realidad, no le
hacemos ningún bien; el mundo es un lugar maravilloso y terrible a la vez y
debemos de mostrarlo para crear en ellos el sentido crítico hacia las cosas que
suceden, por muy duras que sean.
Enfrentarlos a la realidad les proporcionará información para actuar.
Estuvimos hablando un buen rato
sobre los hechos, se abrió un interesante debate del que surgieron reflexiones
muy maduras y sensatas (incluso para su edad), y que nos llevó a continuar
charlando sobre la violencia en general. Como estamos trabajando unos
caligramas usando la letra de una preciosa canción compuesta por Manuel
Carrasco y cantada a dúo con Malú (“Que nadie”), para el próximo 25 de
noviembre (“Día Internacional contra la Violencia de Género”); la charla nos
condujo a hablar también de las mujeres que habían muerto en España ese mismo
fin de semana a manos de sus propias parejas. Y esto, nos llevó a darnos cuenta
de que desgraciadamente, la violencia está muy cerca de nosotros, en nuestro país e incluso en nuestro colegio (en
las aulas, en el patio de recreo); pero que estamos tan acostumbrados a ser
testigos de esas situaciones, que no nos parecen actos violentos ni se les da
la importancia que merecen. Y no solo
hablamos de violencia física sino de la
violencia verbal que también hace mucho daño y no la vemos como tal.
Aprovechando esta coyuntura les
propuse hacer la dinámica de “CARLOTA”.
Dibujé a “Carlota” en un papel y
les pedí que compartieran en voz alta frases que supieran que al decírselas a
“Carlota”, le iban a hacer daño. Y
comencé a arrugar el papelito con cada frase expresada.
Al principio las frases eran
simples insultos o adjetivos en tonos despectivos: tonta, gorda, torpe, “gafotas”…
Pero dejaron de ser tan simples y
espontáneas y ahora parecían formar
parte de sus propias experiencias vividas:
·
Vete de nuestro grupo
·
Vete de aquí
·
Deja de hablar a “Carlota”
·
Tienes menos cerebro que un mosquito
·
Lo haces todo mal
·
No nos caes bien
·
Pesada
·
Vámonos cada vez que “Carlota” se junte con
nosotras
·
No me dejan hablar contigo
Tanto es así, que varias niñas se
pusieron a llorar al decir sus frases o al escuchar la de otros. En este punto,
a los alumnos/as ya no les importa reconocer que las frases que le están
diciendo a “Carlota”, se las han dicho a ellos/as en alguna ocasión un
compañero/a que creía su amigo/a.
“Carlota” está hecha ahora una
bolita arrugadita y comienzo la ronda de preguntas sobre los sentimientos,
pensamientos de “Carlota” y sobre cómo se comportará ahora después de
todo lo que le han dicho.
Intento obviar los llantos porque
quiero usarlos de ejemplos evidentes para la siguiente fase.
Pero ellos/as, ya no hablan de
los sentimientos ni pensamientos de “Carlota”, sino que expresan los suyos
propios sin miedo a reconocer que son de ellos; y se les escapan frases como:
·
…yo no quería venir al cole cuando me decían que
no les caía bien y que era una pesada.
·
…yo me sentía muy sola cuando sin saber por qué
mis amigas dejaron se juntarse conmigo y se iban cada vez que yo me acercaba a
ellas.
·
…mi madre tuvo que venir a hablar con la seño el
año pasado porque yo no quería venir más al colegio.
Y más niñas, verbalizando sus
sentimientos comienzan a llorar de nuevo. Lo obvio y continúo.
Damos después comienzo a la fase
donde emiten frases que le hagan sentir bien a “Carlota”.
Pero siguen sin hablar de
“Carlota”, dicen las frases que les hubiera gustado que le dijeran a ellos/as.
A cada comentario positivo “desarrugo” poquito a poquito a nuestra “Carlota”
hasta que queda completamente desliada.
Comienzo a preguntar sobre las
arrugas de “Carlota” y me viene como anillo al dedo, las lágrimas espontáneas
de las niñas que reviviendo esos recuerdos no han podido evitar.
Y ahora es un buen momento para
establecer una comparación entre esas lágrimas y las arrugas de Carlota, y es
momento de hablar de esas heridas que están por cerrar y que se llevan en el
interior por muchos años y que afloran en el momento más inesperado porque a
pesar del tiempo, aún duelen.
Y hay una alumna que me pide
permiso para pedirle perdón a una compañera en presencia de todos y por
supuesto que le digo que sí y las dos se abrazan en mitad de la clase, mientras
todos nos emocionamos un poquito.
Seguimos hablando y siguen compartiendo
otras experiencias similares ya sin importarles decir nombres y hechos, aunque
los protagonistas estén presentes en clase.
Y empiezan a surgir de ellos
mismos las reflexiones de lo que vamos a hacer de ahora en adelante, cuando
ocurra una situación parecida.
Algunos expresan que aunque
sabían que no estaban actuando bien, les daba vergüenza o no sabían cómo volver
a acercarse a ese compañero al que habían causado daño.
Yo me ofrezco como “puente” por
si alguno me quiere involucrar en situaciones futuras o aún sin resolver del
pasado.
El buen “rollo” que se respira en el aula nos contagia a todos.
Me siento más cercana a ellos y las fisuras que existen entre los dos grupos de
compañeras de clase bien diferenciados, se van difuminando y noto como si se
hubieran roto las barreras imaginarias que entre ellos existían.
Me solicitan poner un buzón en la
clase, donde de manera anónima cada uno pueda introducir una nota contando un
problema que tenga con un compañero/a y que no sabe cómo arreglar, para que
entre todos le ayudemos.
Me parece una idea magnífica y se
ofrecen varios voluntarios para traer el próximo día una caja de buen tamaño
que podamos forrar bonita y convertirla en nuestro “BUZÓN DE LOS PROBLEMAS QUE
BUSCAN SOLUCIÓN”. La idea se va desarrollando y otros aportan la posibilidad de
que no sea solo un buzón de problemas, sino que también podían dejar notas para
decir cosas agradables a los compañeros/as y que les da “corte” decir en
persona. Entonces ya no les parece bien el nombre del buzón y se inicia un
debate de cómo llamarlo. Digo que no se preocupen que ya nos surgirá un nombre
más adelante.
Proponen que se abra el buzón al
final de la semana, para tratar los asuntos que nos encontremos. Me parece muy
conveniente como terapia de grupo dedicar una sesión a la semana para esta
actividad. Me gusta que se le dedique tiempo a algo que ha salido de ellos y
que aporta bienestar al grupo.
Se van todos al patio pues la
dinámica nos ha ocupado las 3 sesiones previas al recreo, y cuando vuelvo a mi
mesa para recoger mis materiales para mi próxima clase, me encuentro un
papelito doblado con un mensaje escrito: “seño, yo he llorado porque hace uno o
dos años, muchos niños y niñas de la clase se metían conmigo y me decían que no
se querían juntar, que era una pesada”.
Y se me viene a la mente, las
veces que hemos hecho referencia en el curso al “sentimiento de pertenencia al
grupo” y pienso que lo del buzón es una buena manera de comenzar a trabajar
sobre esto con mi tutoría y, también pienso que tengo demasiadas “Carlotas” en
mi clase.
Me ha encantado compartir esta
dinámica con mi grupo pues me ha dado la oportunidad de acercarme a ellos, a
sus sentimientos, sus miedos y a su interior de un modo espontáneo, natural
(nada forzado) donde se han ido abriendo a mí y a otros libremente, y han
compartido experiencias muy íntimas y personales en un ambiente de respeto,
empatía y comprensión que entre todos hemos creado.
Al verbalizar estas experiencias
estaban pidiendo ayuda sin saberlo y entre todos hemos dado soluciones y
ayudado, sin emitir juicios de valor ni criticar a quienes han sido los
“verdugos”.
Lo importante de la dinámica era
buscar soluciones, no culpables y comprender y empatizar con las “víctimas”.
Creo que se ha logrado con creces y esta
práctica nos va a dar pie a buscar soluciones recorriendo el mismo camino. Ante
ellos se ha abierto una nueva vía de entendimiento.
Un dato curioso: las niñas fueron
mucho más participativas que los niños y las que más habían sufrido este tipo
de situaciones a manos de otra compañera o grupo de compañeras. Me da por
pensar que las mujeres somos más complicadas que los hombres, incluso desde
pequeñitas; o que a los niños les cuesta más trabajo reconocer y exponerse en
público mostrando sus sentimientos y miedos.