En
una maravillosa entrevista con Eduard Punset, el neurólogo Antonio Damasio
explica algo que todos sabemos aunque no seamos conscientes en muchas
ocasiones: un estímulo externo genera una emoción y un posterior sentimiento en
nosotros que afectará de una manera muy directa a nuestro comportamiento y a
nuestras decisiones. El cómo gestionemos esa emoción y ese sentimiento será
determinante en el desarrollo de nuestras vidas, y lo que es más importante, en
la relación con nuestros hijos.
Cuando
nuestro hijo se niega, por ejemplo, a realizar sus tareas (estímulo), nos enfadamos (emoción), el pulso se acelera, comenzamos a mover nuestras
extremidades nerviosamente y automáticamente pensamos que la forma de acabar
con esa situación es gritar y probablemente castigar. Pues bien, cuando somos
conscientes de todo esto, hemos creado un sentimiento, en este caso negativo (rabia,
impotencia) que a la vista está, no traerá nada bueno. Por desgracia, las
emociones negativas que las personas sobrellevamos a lo largo del día son más
de las que desearíamos.
Para
este neurólogo luso, la gestión de las emociones negativas puede hacerse
mediante el uso de la voluntad: “la
voluntad es realmente un método para educar a la razón en la búsqueda de un
estímulo que pueda volverte positivo en tus emociones”
La
idea, tal y como él manifiesta, sería la de contrarrestar la emoción negativa
con otra emoción positiva más fuerte.
En
consonancia con lo anteriormente expuesto, Damasio manifiesta:
“podríamos decir que el objetivo de una buena
educación para los niños, los adolescentes, e incluso para nosotros mismos,
es organizar nuestras emociones de tal modo que podamos cultivar las
mejores emociones y eliminar las peores, porque como seres humanos tenemos
ambos tipos”
Si
conseguimos que en la educación de un
niño predominen los sentimientos positivos sobre los negativos, habremos
educado en valores, y si educamos a muchos niños en valores, tendremos una
sociedad basada fundamentalmente en valores positivos. Huelga decir lo que una
sociedad que se rija por valores positivos puede conseguir.
El
cerebro humano es un órgano que al nacer es prematuro, termina de desarrollarse
una vez que el niño ha abandonado el útero materno.
El motivo de esto es que si el cerebro adoptase su tamaño de madurez dentro de
la madre, difícilmente las caderas femeninas podrían soportar el momento del
parto. Este dato es fundamental para los que tratamos con niños. Estamos
diciendo que el órgano encargado de la obtención de herramientas propias para
vivir de una manera sana a nivel emocional y cognitivo, aún no funciona
adecuadamente.
En
la parte superior del cerebro se encuentra la corteza cerebral junto con las
partes que la forman; pues bien, este lado superior del cerebro es el encargado,
entre otras cosas, del correcto razonamiento y es el responsable de que se
produzca una buena gestión de las emociones. Pues bien, según la psicoterapeuta
Sue Gerhardt,
hasta los 2 ó 3 años de edad, todo lo que hagamos, todo lo que el niño reciba y
perciba, deja huella en esta zona cerebral superior, que posteriormente se
desarrollará. Esta especialista menciona algo tan bello como que
“el amor actúa como modulador del cerebro.”
Según
Gerhardt, “los vínculos afectivos seguros
permiten que el niño después se relacione mejor con los demás”.
Es más, esta psicoterapeuta ha demostrado que las sustancias bioquímicas
relacionadas con el placer, ayudan a desarrollar las funciones de la parte
superior del cerebro.
En
sintonía con Sue Gerhardt, aludimos a Alison Gopnik,
para quien los bebés y los niños son el departamento de I + D de la especie
humana. El ser humano depende del aprendizaje para su supervivencia, y es en la
etapa de inmadurez en la que mayor profusión tiene éste, de ahí que la etapa de
dependencia sea tan prolongada en la especie humana. Son muchos los años de aprendizajes
que la vida nos ofrece, que bien utilizados, podrán dar un fruto maravilloso.
Basándose
en investigaciones, esta psicóloga afirma:
“una de las cosas más importantes que tienen que aprender
los bebés es a amar porque el hecho evolutivo de que sean tan dependientes de
nosotros significa que hay que ocuparse de ellos, y tienen que entender cómo
funciona el afecto. Nuestra capacidad de amar es una de las más importantes
como seres humanos. Hemos descubierto que incluso los bebés más pequeños ya son
suficientemente sensibles como para entender cómo funciona el amor. Por
ejemplo, algunos bebés parecen aprender que si están afligidos y lloran su papá
o mamá se va a ocupar de ellos. Pero parece que hay otros bebés que aprenden
que si lloran, papá y mamá se van a disgustar más y no se van a ocupar tanto de
ellos.”
“(…) en función de su propia relación con sus cuidadores,
tendrán distintas predicciones en relación con los demás. Así que incluso esos
bebés tan pequeños, algunos piensan: “Ah sí, cuando el bebé llora, mamá se
acerca”. Y otros piensan que cuando un bebé llora, mamá se marcha. Y tenemos
datos que prueban que esa idea tan básica de cómo me trata la gente a la que
quiero, se mantiene hasta la edad adulta”
Podríamos
decir, pues, que de las investigaciones
de los últimos años se extrae que:
·
Las emociones y sentimientos se
generan por un estímulo externo.
·
Las emociones y sentimientos determinan
nuestras conductas.
·
Los sentimientos positivos
contrarrestan a los sentimientos negativos.
·
Nacemos con un cerebro inmaduro.
·
Las sustancias bioquímicas
relacionadas con el placer ayudan a desarrollar la parte superior del cerebro,
encargada, entre otras cosas, de un buen razonamiento y gestión de las
emociones.
·
Hasta los 3 años de edad, lo que
perciba el niño, deja huella en la parte superior del cerebro, que se irá
desarrollando con los años.
·
El amor moldea al cerebro.
Por
lo tanto, si, sobre todo, en los primeros años de vida, el niño recibe un trato
adecuado, emocionalmente hablando, la corteza cerebral y las partes que la
integran, se desarrollarán de una manera más efectiva, lo que significa que
estará mejor preparada para gestionar situaciones límites, como por ejemplo de
estrés; y deduzco, asimismo, que la capacidad para potenciar los sentimientos
positivos sobre los negativos también será mayor.
Muchos
estaréis pensando, esto está muy bien, pero, ¿qué hago entonces? ¿cómo me
relaciono con mi hijo?
En
Disciplina Positiva, una de las sugerencias que intentamos transmitir en el
trato con los pequeños es la de CONEXIÓN ANTES QUE REACCIÓN. Con conexión nos
referimos precisamente a la parte emocional de la que he estado hablando en
este artículo.
Daniel Siegel,
en su conocido libro “El cerebro del niño”, habla de la INTEGRACIÓN, tanto del
hemisferio derecho con el hemisferio izquierdo, como integración de la parte
inferior del cerebro con la superior del mismo. Siendo esquemáticos, podemos
decir que:
·
Hemisferio
derecho: es emocional, experiencial y no verbal. Se
especializa en las imágenes, las emociones y los recuerdos personales.
·
Hemisferio
izquierdo: es lógico, literal, lingüístico y lineal (
orden)
·
Parte
inferior: incluye el tronco cerebral y el sistema límbico.
Se ocupa de las funciones básicas, reacciones innatas e impulsos y de las
emociones fuertes.
·
Parte
superior: se compone de la corteza cerebral y sus
distintas partes, incluida la llamada corteza prefrontal media. Esta parte está
más evolucionada, y se encarga, entre otras cosas, de tomar decisiones y
planificar con sensatez, controlar las emociones y el cuerpo, entenderse a sí
mismo, sentir empatía y tener sentido de la ética.
Durante
los 3 primeros años de vida, y desde el punto de vista del desarrollo, lo que
predomina en los niños es el hemisferio derecho; para ellos, “la lógica, las
responsabilidades y el tiempo no existen”
Para
que haya un equilibrio en los actos, es necesario que exista una integración horizontal de ambos hemisferios,
así como una integración del cerebro inferior con el cerebro superior.
Para
conectar con nuestro hijo, si éste está actuando predominantemente con el
hemisferio derecho, dejándose llevar por las emociones, y a su vez,
reaccionando con los impulsos propios de la parte cerebral inferior, difícilmente
podremos llegar a él a través de la lógica y el razonamiento, ya que éstas
pertenecen al hemisferio izquierdo y nuestro hijo en ese momento lo tiene
bloqueado. ¿Qué hacer entonces? Pues adentrarnos en su mundo con nuestro
hemisferio derecho, que nuestras emociones hablen con sus emociones, que
nuestro hemisferio derecho eche el ancla en el hemisferio derecho del pequeño,
y cuando esta afinidad se haya logrado, entonces es cuando podemos, poco a
poco, adentrarnos en el hemisferio izquierdo, para poder, de esta forma,
razonar sobre la situación que ha dado lugar al conflicto. Si conseguimos esto,
podemos llegar a equilibrar la situación, ya que el razonamiento propio de la
parte izquierda y de la parte superior ayudará a gestionar la emoción de la
parte derecha y la parte inferior.
Debe
existir una integración tanto horizontal como vertical para que se dé un
correcto funcionamiento del cerebro.
Macarena Soto Rueda
Educadora para Padres en Disciplina Positiva
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